miércoles, 28 de julio de 2010

Padre, un título sagrado y eterno


Elder Gerardo J. Wilhelm
de los Setenta

Hace pocos días celebramos el Día del Padre; por doquier vimos a muchas personas afanosas comprando regalos o alimentos para preparar un gran banquete y agasajar a sus padres. Como Santos de los Últimos Días también nos adherimos a esta celebración tan importante. Sin embargo, lo que nos hace diferentes, es el conocimiento que tenemos del título de padre.

 

Padre terrenal es el título sagrado que se da al hombre que ha engendrado o que legalmente ha adoptado a un hijo (véase GEE. pág.158).

El gran ejemplo que los padres terrenales tenemos es nuestro amoroso Padre Celestial, quien reúne todos los atributos que como padres terrenales anhelamos poseer. Él dio a Su Hijo Unigénito "para que todo aquel que en Él cree no se pierda, mas tenga vida eterna" (véase Juan 3:15), en virtud del amor perfecto que tiene por cada uno de Sus hijos.

Gracias a la obra de nuestro primer padre terrenal, Adán, la mortalidad vino sobre nosotros a fin de seguir nuestro progreso eterno, conforme al plan de nuestro Padre Celestial; pudimos tener la experiencia mortal que ahora vivimos sobre la Tierra y tomar un cuerpo físico, sujeto a la muerte, pero con la posibilidad de ser inmortales gracias a la Expiación de Jesucristo.

Cómo no recordar a nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, quienes fueron obedientes en todas las cosas que el Señor su Dios les había mandado, quienes fueron merecedores de grandes promesas y bendiciones que nosotros podemos heredar también de acuerdo a la obediencia y fidelidad que mostremos. Bendiciones que son selladas a nosotros en ciertas ordenanzas en la Casa del Señor.

También Lehi, el padre de Nefi, nos enseñó con su ejemplo de obediencia que es más importante seguir las instrucciones del Señor que disfrutar de las comodidades y bienes terrenales.

En el Libro de Mormón tenemos otros ejemplos de padres fieles pero aquel que me llama la atención una y otra vez es Alma. Me imagino que para el Señor es importante su ejemplo de padre, debido a que siete capítulos del libro de Alma cubren las enseñanzas que el impartió a sus hijos Helamán, Shiblón y Coriantón, mostrándonos un modelo a seguir en nuestra responsabilidad como patriarca en el hogar. Él se dedicó a conocer a sus hijos y a ayudarlos a usar su potencial para poder vencer su estado de probación. Eso denotaba su gran amor y preocupación por cada uno de sus hijos a quienes aconsejó, nutrió y fortaleció separadamente, reconociendo en cada uno su individualidad y naturaleza divina. No eludió su responsabilidad al dedicarles el tiempo que cada uno necesitaba y fue valiente al confiar en que no estaba solo en esta gran misión de llamar a uno de sus hijos al arrepentimiento. Es así como a Helamán lo fortaleció compartiendo la experiencia de su conversión. A Shiblón, quien aparentemente era el hijo con un testimonio más sólido y por ende el más obediente, le manifestó su confianza y lo animó a seguir guardando los mandamientos de Dios tal como lo hacía desde su juventud destacando sus atributos de fidelidad, diligencia, paciencia y longanimidad. A su hijo Coriantón dedicó más tiempo debido a que llegó a cometer pecados muy serios por su orgullo y por confiar en su propia fuerza. Debido a estos pecados tenía gran necesidad de arrepentirse. Su padre le enseñó la doctrina del arrepentimiento y de la Expiación. En forma clara aprendemos que dedicó diferentes porciones de tiempo a cada uno de sus hijos cuando ellos regresaron de prestar servicio como misioneros entre los zoramitas (Véase Alma 36 - 42 y D. y C. 68:25-28).

El padre de José Smith a su vez es un gran modelo de padre terrenal. En la ocasión en que el joven José relató a su padre el mensaje que había recibido del ángel Moroni, inmediatamente reconoció que aquellas cosas venían de Dios, le escuchó atentamente y animó a su hijo a que hiciera lo que el mensajero le había mandado. (Véase JS-H 1:49-50).

La responsabilidad como padres terrenales se nos enseña con claridad en las Escrituras y a través de nuestros profetas. "Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres" (DyC. 68:25).

El presidente Hinckley dijo: "Es fundamental que no desatiendan a su familia. Nada de lo que tienen es más valioso... Procuren... que nada lo obstaculice. Considérenlo sagrado."(Véase Capacitación Mundial, 21 de junio de 2003, pág. 23)

El Padre de toda la humanidad espera que los padres terrenales, como representantes Suyos, le ayuden a formar y a guiar la vida de los seres humanos y el alma inmortal de estos. Esa es la asignación más alta que el Señor puede conferir al hombre.

En lo más íntimo del alma humana hay algo que se rebela contra la negligencia de los padres. Dios ha grabado profundamente en el alma de los padres la verdad de que no pueden evadir impunemente la responsabilidad que tienen de proteger a los niños y a los jóvenes. Parece que hay una tendencia creciente a desligarse de esa responsabilidad y transferirla del hogar a influencias externas, como la escuela y la Iglesia. Aun cuando dichas influencias son buenas se ve la inspiración de Dios al requerir a los Santos de los Últimos Días que mantengan intacto su hogar y que enseñen a sus hijos los principios del Evangelio de Jesucristo. "Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor" (D. y C. 68:28).

Los padres que eludan esa responsabilidad tendrán que responder ante Él por el pecado de negligencia. (Véase "Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: David O. McKay", pág. 174).

Necesitamos reflexionar en cómo mejorar en esta sagrada responsabilidad y tomar todas las ayudas que nuestro amoroso Padre Celestial nos brinda a través de las Escrituras, la revelación personal, la oración y el ayuno, como medios de preparación para guardar este sagrado mandamiento.

Que podamos cultivar los atributos divinos que nos permitirán ser mejores padres.

Que estemos más resueltos a llevar a nuestros hijos a tener experiencias espirituales significativas, que magnifiquen sus oficios en el sacerdocio, fortalezcan y profundicen sus testimonios y fe en nuestro Salvador y Redentor.