Si hay un personaje de las escrituras que veo todos los días, ese es Moroni. Cada noche, antes de acostarme, miro por la ventana de mi dormitorio hacia el templo, veo la estatua de Moroni iluminada, y entonces me acuesto a dormir. Mi esposa se divierte un poco con eso, pero admite que le extrañaría que yo no lo hiciera.
Al día siguiente, al despertar, lo vuelvo a ver, y también a medida que me voy acercando al templo.
¡Qué extraordinario personaje es este gran siervo de Dios! A partir de la gran destrucción de la civilización nefita, la vida de este profeta es realmente un misterio. Sin embargo, algunas pocas declaraciones nos dan cierta visión acerca de su vida:
•"...quedo solo para escribir el triste relato de la destrucción de mi pueblo" (Mormón 8:3).
•"... esconderé los anales en la tierra; y no importa a dónde yo vaya" (Mormón 8:4).
•"Mi padre ha sido muerto en la batalla, y todos mis parientes, y no tengo amigos ni adónde ir..." (Mormón 8:5).
•"Y yo, Moroni, no negaré al Cristo; de modo que ando errante por donde puedo, para proteger mi propia vida" (Moroni 1:3).
No sabemos la ubicación exacta de las ciudades, ni de la región en donde se desarrollaron los últimos acontecimientos bélicos de estos pueblos enemigos, pero sí sabemos que este admirable guardián del registro sagrado, llegó de alguna manera a lo que hoy en día es el estado de Nueva York, en los Estados Unidos, para esconder las planchas en el costado occidental de una colina cerca de la cual viviría el joven profeta José, mil cuatrocientos años después.
Una de las declaraciones de Moroni que siempre me ha llamado la atención, es aquella que se registra en Mormón 8:35, mezcla de poesía, visión y afirmación inquietante:
"He aquí, os hablo como si os hallaseis presentes, y sin embargo, no lo estáis. Pero he aquí, Jesucristo me os ha mostrado, y conozco vuestras obras".
¿Qué fue lo que vio Moroni? ¿En qué condición nos vio? ¿Qué opinión se habrá formado de nosotros? Tal como lo sugieren estas reflexiones, recomiendo no pretender que este versículo no se aplica a nosotros.
Examinemos el versículo siguiente: "Y sé que andáis según el orgullo de vuestros corazones; y no hay sino unos pocos que no se envanecen por el orgullo de sus corazones, al grado de vestir ropas suntuosas, y de llegar a la envidia, las contiendas, la malicia y las persecuciones, y toda clase de iniquidades..." (Moroni 8:36).
¿Habremos sido nosotros parte de la visión de Moroni? No es necesario ser un gran pecador para caer en alguna de las cosas que vio este personaje. Estas expresiones sugieren a la mente conceptos tan modernos como por ejemplo, el consumismo, la autocomplacencia, el egoísmo, el gusto por el mal gusto, el lenguaje malicioso, el burlarnos de lo que es bueno y, así, "toda clase de iniquidades".
Para quienes hemos hecho convenio con el Señor de tomar sobre nosotros Su nombre, recordarle siempre y guardar Sus mandamientos, hay ciertos hábitos y costumbres que son inaceptables, dado que tienen su origen en el orgullo de nuestros corazones, en el envanecimiento, en la envidia, la contienda y la malicia. Por ejemplo, ¿podríamos ser más amables y acogedores con los débiles y sencillos, o sea, aquellos que no son tan populares? ¿Podríamos aportar comentarios claros y sencillos en nuestras clases en lugar de hacer alarde de "nuestro gran conocimiento"? ¿Qué tal si cesamos de una vez por todas de criticar o desacreditar a otras personas en su ausencia, acto cuyo fundamento es la enfermiza envidia? ¿Y qué de ese terrible hábito de ser liviano e irreverente con el tema de la moralidad? No olvidemos que tendremos que dar cuenta de cada palabra ociosa que salga de nuestros labios. A propósito de esto mismo, a veces se nos sorprende haciendo irrisión, aunque sea en un "inocente grado", de hermanos que vemos entre semana ejerciendo su ministerio o estudiando, o enseñando el Evangelio fielmente. ¡Qué mal!
¿Acaso no sería mejor vivir de tal manera que obtengamos la legítima y perpetua ciudadanía en Sión con todas nuestras credenciales espirituales al día? ¿Cuáles? El gozo de saber que tenemos un certificado de sellamiento en el templo, la satisfacción de portar una recomendación para el templo vigente, la paz mental y espiritual de saber que nuestros nombres están inscritos en los registros como pagadores de un diezmo íntegro, por nombrar algunas muy importantes, y todo esto, refrendado por el sello del Santo Espíritu de la Promesa, el cual se obtiene simplemente por vivir una vida digna, honrada, casta, benevolente, llena de propósito, como corresponde a un discípulo de Cristo (véase "Permaneced", documento publicado por la Presidencia de Área Chile).
¿En qué nos habrá visto Moroni...?
Sea lo que sea que haya visto, recomiendo borrar toda mala impresión siguiendo las exhortaciones que encontramos al final de su libro: "Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo..." (Moroni 10:32).